sábado, 1 de octubre de 2011

La chica de las cenizas.

Una delgada silueta de mujer andaba sin prisa bajo la lluvia, con ese caminar melodioso de bailarina que tenía, ajena a todas las miradas que se posaban sobre ella. Era bella, eso se podía ver desde lejos. Desde lejos se podía adivinar su maravillosa naturaleza rara. De cerca, solo los que tenían el valor de mantener la vista en ella, podían ver su himnotizante rostro y esas gotas negras teñidas por el maquillaje que brotaban de sus misteriosos y profundos ojos verdes. Unicamente los que tenían el atrevimiento de mirarla fijamente a los ojos veían como se deslizaban suavemente por sus marcados pomulos rosados. Nadie sabía si eran lágrimas o gotas de lluvia lo que se le posaban en su faz de nieve. Solo ella sabía lo que eran. Lloraba, a causa del amor perdido, por culpa de ese hombre que le cambió para siempre. Había vivido una historia digna de un libro, una de esas historias que se recordarían años, de esas historias que pasan de generación en generación, de esas historias que contadas pierden mucho, pero marcan para siempre a todos aquellos que las viven. Lo había amado locamente, con esa clase de amor que solo pueden sentir las personas como Ania. Fué un amor épico, demasiado grande como para olvidarlo de la noche a la mañana. Recorría a diario todos los sitios que visitó con su querido Joan alguna vez, con la esperanza de encontrarlo y fingir conocerlo de nuevo. Todos los días paraba en el mismo parque, donde aquel viernes lo conoció, habían pasado muchos años desde aquel día, pero seguía igual que siempre. Ella tan solo tenía 16 años, pero era toda una mujer. Él era tan solo 2 años mayor que ella y presumía de ser un galán. Para conocer la historia que los unió primero hay que conocer la historia de sus vidas, para entender lo que sintieron cuando se vieron por primera vez hay que saber todo lo que no supieron sentir hasta aquel día...