Eras la perra más noble entre todas las perras, la que más. Tenías un enorme corazón escondido entre una de tus mil capas pero nadie lo intuía. Solo yo de vez en cuando podía advertirlo. Eras una princesa disfrazada de zorra y la gente humilde como yo no estamos acostumbrados a eso. Te empeñabas en parecer un alma libre pero tenías el cuerpo rodeado de cadenas invisibles que no te ataban a la soltería, te ataban a la soledad.
Recuerdo esa mañana de domingo como si la estuviera viviendo en este mismo instante. Recuerdo como una luz tenue se colaba por la ventana de aquel salón con olor a whisky. Recuerdo que hiciste café para dos, y que me recibiste cubierta únicamente con un tanga de leopardo rosa y con un libro de poemas en una mano. Nos sentamos en aquel sofá de cuero negro que compramos juntos en aquel mercadillo en nuestro viaje a Madrid. Recuerdo como te pintabas las uñas de color rojo y como me dijiste "Cuanto más rojas estén mis uñas menos lo estará mi corazón". Recuerdo tus labios pintados de carmín y el maquillaje extendido sobre tus mejillas. No habías dormido. Te pegaste la noche llorando desnuda en tu habitación mientras odiabas al desconocido que dormía a tu lado. Nunca lo decías con palabras, pero mirarte a las pupilas dilatadas era suficiente confesión para mi.
"Cuanto más puta más loca" Eso es cierto, pero que puta loca más tierna. Eras una diosa, naciste para dejar huella y sin duda la dejaste bien marcada en mi.