viernes, 30 de noviembre de 2012

Historias de amor evaporado.

Ahí estabas tú recogiéndote el pelo de esa manera tan sexy, frente a mi, hablándome de el polvo de la noche anterior. Parecía un buen partido, pero para ti nunca nadie era suficiente. Eras una loba y eso fue precisamente lo que me enamoró de ti. Nunca tenías relaciones que duraran más de cinco polvos. A veces los consumías todos la misma noche, otras en cambio las consumías en un par de semanas, depende de las noches que te pegabas llorando sola en tu habitación.
Eras la perra más noble entre todas las perras, la que más. Tenías un enorme corazón escondido entre una de tus mil capas pero nadie lo intuía. Solo yo de vez en cuando podía advertirlo. Eras una princesa disfrazada de zorra y la gente humilde como yo no estamos acostumbrados a eso. Te empeñabas en parecer un alma libre pero tenías el cuerpo rodeado de cadenas invisibles que no te ataban a la soltería, te ataban a la soledad.
Recuerdo esa mañana de domingo como si la estuviera viviendo en este mismo instante. Recuerdo como una luz tenue se colaba por la ventana de aquel salón con olor a whisky. Recuerdo que hiciste café para dos, y que me recibiste cubierta únicamente con un tanga de leopardo rosa y con un libro de poemas en una mano. Nos sentamos en aquel sofá de cuero negro que compramos juntos en aquel mercadillo en nuestro viaje a Madrid. Recuerdo como te pintabas las uñas de color rojo y como me dijiste "Cuanto más rojas estén mis uñas menos lo estará mi corazón". Recuerdo tus labios pintados de carmín y el maquillaje extendido sobre tus mejillas. No habías dormido. Te pegaste la noche llorando desnuda en tu habitación mientras odiabas al desconocido que dormía a tu lado. Nunca lo decías con palabras, pero mirarte a las pupilas dilatadas era suficiente confesión para mi.
"Cuanto más puta más loca" Eso es cierto, pero que puta loca más tierna. Eras una diosa, naciste para dejar huella y sin duda la dejaste bien marcada en mi.
Esa tarde hablamos más de lo que dijimos. Hablamos de la soledad y la compartimos un poco. Te dije que tenías que enamorarte. Tú me miraste con los ojos llenos de lágrimas y me dijiste: "Dejo de pintarme las uñas para hablarte mirándote a los ojos" Y para mi esa fue la mayor de las confesiones.