sábado, 6 de abril de 2013

.



Invierno. Era de noche y hacía tanto frío que mi corazón se había congelado. Estuve tanto tiempo esperando verte aparecer a lo lejos que ya nunca podría mirar más cerca del horizonte. Como dolía recordarte. Esperé, espere a que un día por casualidad tú decidieras volver. Hubiera esperado toda la vida en ese mismo lugar, nuestro lugar. Volver a casa me produciría tanto daño que decidí no volver jamás. Tú eras mi hogar, y sin ti, nuestra casa tan solo eran 80 metros cuadrados de recuerdos.  Jamás hubo despedida y eso era lo que me empujaba a pensar que nunca te habías marchado. Me amoldé. Mi estado era en continua espera y mis huesos ya no soportaban más aquel diciembre. Decidí que si quería encontrarte tenía que dejar de buscarte. Todo era más triste sin ti. Las calles estaban tan vacías que incluso llegué a imaginar que todo el mundo notaba tu ausencia.  Los coches ya no paraban a repostar y los niños dejaron de jugar. Decidí que el destino era algo de cobardes... y yo siempre fui una cobarde y dejé de creer en él.
Paseaba siempre por el mismo lugar. Me fumaba un cigarro a medias contigo después de soñarnos haciendo el amor. Como echaba de menos hacerte sonreír. Desde que te fuiste, ya nadie sonríe. Y con nadie me refiero a mí, en mi mundo solo existimos tú y yo. Ya no quería respirar si no era para respirarte. Y entonces recordé cuando jugábamos a lanzar aviones de papel. Escribí “Adiós” en el último avión y entonces te vi, a lo lejos, esperándome también. Te agachaste despacio a recoger aquel último suspiro y lo leíste. Me miraste, era esa, tú mirada, no podías ser otro. Y me acerqué, y me di cuenta de que el destino es más fuerte, que estábamos hechos para acabar así, no podría haber existido nunca otro final. Te besé, nos besamos, para siempre. Nunca más desperté. Tú dormías a mi lado. Conseguimos lo que siempre supimos que viviríamos, un amor más allá de la muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sonrisas